Supongamos que hay vida en Marte. ¿Merece realmente la pena ir hasta allí sólo para verla?
Los científicos no dudarían ni un momento en contestar
con un fortísimo «¡sí!».
Todas las formas de vida terrestre, sin excepción,
están basadas en las grandes moléculas de proteínas y ácidos
nucleicos. Todas utilizan la misma clase de reacciones químicas,
mediadas por la misma especie de enzimas. Toda la vida terrestre
consiste en variaciones sobre el mismo tema.
Si hay vida en Marte, por muy simple
que sea, puede que exista como variaciones sobre un tema muy
distinto.
De golpe y porrazo doblaríamos el número de tipos de vida conocidos
y quizá adquiriríamos inmediatamente una compresión más básica
de la naturaleza de la vida.
Y aun si la vida en Marte resulta estar basada en el
mismo tema que el de la Tierra, puede ser que haya interesantes
diferencias de detalle. Por ejemplo, todas las moléculas de proteína
de la Tierra están construidas de aminoácidos, los cuales (salvo
uno) admiten, o bien una orientación derecha, o bien una orientación
izquierda. En cualesquiera condiciones en que no esté involucrada la
vida, los dos tipos son igual de estables y existen en cantidades
iguales.
En las proteínas terrestres, sin embargo, todos los
aminoácidos, con excepciones rarísimas e insignificantes, son de
orientación izquierda. Esto permite la construcción de proteínas
en pilas perfectas, lo cual sería imposible si unas fuesen derechas
y otras izquierdas (aunque las pilas serían igual de perfectas si
todas fuesen derechas).
Entonces, ¿por qué izquierda sí y derecha no? ¿Es
cuestión de pura casualidad? ¿Será que el primer brote de vida en
la Tierra resultó ser izquierdo? ¿O es que hay en la naturaleza
alguna asimetría básica que hace inevitable la forma izquierda? La
vida marciana podría contestar a esta pregunta y otras parecidas.
Aun si la vida marciana resultara estar basada en el
mismo tema que la vida terrestre y fuese idéntica en todos los
detalles, valdría la pena saberlo. Pues ese hecho podría ser una
interesante prueba de que el tema de la vida, tal como existe en la
Tierra, quizá sea el único posible en cualquier planeta, siquiera
remotamente parecido a la Tierra.
Además, aunque la vida en Marte fuese un calco de la
vida terrestre desde el punto de vista bioquímico, cabría aún la
posibilidad de que aquélla estuviese constituida por sistemas
moleculares más primitivos que los que se han desarrollado a lo
largo de miles de millones de años en el ambiente mucho más
prolífico y suave de la Tierra. Marte sería entonces un laboratorio
en el que podríamos observar la protovida tal como (quizá) existió
antes en la Tierra. Incluso podríamos experimentar con ella —cosa
que sólo podríamos hacer aquí si tuviéramos una máquina del
tiempo— y buscar ciertas verdades fundamentales que se hallan
ocultas en las complejidades de la vida terrestre.
Y aunque no existiese vida alguna en Marte, podrían
existir moléculas orgánicas que, sin ser materia viviente,
estuvieran en camino hacia la vida, por así decirlo. De este modo
podrían indicar la naturaleza del camino antaño seguido en la
Tierra durante el período de «evolución química», previo al
desarrollo del primer sistema lo bastante complejo para merecer el
calificativo de viviente.
En resumen: aprendamos lo que aprendamos en Marte sobre
la vida, es muy probable que nos ayude a comprender mejor la vida
terrestre (igual que el estudio del latín y del francés nos ayuda a
entender mejor el inglés). Y qué duda cabe que el ir a Marte para
aprender algo sobre la Tierra que aquí no podemos aprender, es razón
más que suficiente para hacerlo, si es que se puede.
 
 
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