¿Qué ocurre con las sondas planetarias después de pasar por un planeta? ¿A dónde van a parar?
La mayoría de los satélites lanzados por los Estados
Unidos y la Unión Soviética entran en órbita alrededor de la
Tierra.
La órbita de un satélite puede
cortar la superficie de la Tierra, de modo que vuelve a nuestro
planeta al cabo de una sola vuelta. Los dos primeros vuelos
«suborbitales» de las cápsulas Mercurio fueron de este tipo. Hay
veces que la órbita del satélite describe un bucle tan grande
alrededor de la Tierra, que llega incluso más allá de la Luna, como
hizo el Lunik III
para tomar fotografías de la «otra cara» de la Luna.
Si se lanza un satélite con una
velocidad mayor que 11 kilómetros por segundo, el campo gravitatorio
terrestre no le podrá retener y el satélite entrará en una órbita
independiente alrededor del Sol, cuyo campo gravitatorio, más
intenso que el de la Tierra, le permite retener cuerpos de mayor
velocidad. Una órbita alrededor del Sol puede cortar la superficie
de algún cuerpo celeste, como fue el caso de los Rangers
VII,
VIII y
IX, que se
estrellaron contra la Luna (a propósito, claro está).
Pero también puede ser que un satélite en órbita
alrededor del Sol no corte la superficie de ningún cuerpo celeste, y
entonces seguirá describiendo su elipse alrededor del Sol
indefinidamente. Las diversas «sondas lunares» y «sondas
planetarias» son de esta clase.
Las trayectorias de las sondas
colocadas en órbita alrededor del Sol pueden calcularse de modo que
en su primera revolución se aproximen mucho a la Luna (Pioneer
IV),
a Venus (Mariner II)
o a Marte (Mariner
IV).
En el transcurso de esta aproximación, la sonda envía información
acerca del cuerpo estudiado y del espacio circundante. La sonda
rebasará luego el cuerpo celeste y proseguirá su órbita alrededor
del Sol.
Si las sondas no se vieran afectadas por el campo
gravitatorio del planeta por el que pasan, volverían finalmente al
punto del espacio desde el que fueron lanzadas (aunque la Tierra
habría proseguido entretanto su órbita y no estaría ahí ya).
Lo cierto, sin embargo, es que la sonda planetaria se
desplaza a una nueva órbita como consecuencia de la atracción del
planeta por el que pasa. Es más: la órbita cambia un poco cada vez
que pasa cerca de un cuerpo pesado, con lo cual es casi imposible
predecir con exactitud la posición de una sonda al cabo de una o dos
revoluciones alrededor del Sol. Las ecuaciones que representan sus
movimientos son demasiado complicadas para que merezca la pena
molestarse en resolverlas.
Si las sondas pudiesen radiar continuamente señales,
habría la posibilidad de seguirlas, cualquiera que fuese su órbita,
sobre todo cerca de la Tierra. Pero es que, una vez que se agotan las
baterías, el satélite se pierde. No puede emitir señales y además
es demasiado pequeño para divisarlo. Todas las sondas acaban por
perderse, y con ello ya se cuenta.
No obstante, continúan describiendo órbitas alrededor
del Sol y permanecen en las mismas regiones generales del espacio,
sin emprender largos viajes a otros planetas. Como no recibimos
ninguna información de ellas, no nos sirven de nada y lo mejor que
se puede hacer es considerarlas como «basura interplanetaria».
Girarán así para siempre en su órbita, a no ser que en alguna de
sus revoluciones alrededor del Sol se estrellen contra la Tierra, la
Luna, Marte o Venus.
 
 
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