En muchas novelas de ciencia ficción se leen cosas sobre «campos de fuerza» e «hiperespacio». ¿Qué son? ¿Existen realmente?
Toda partícula subatómica da lugar a por lo menos una
de cuatro clases distintas de influencias: la gravitatoria, la
electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte. Cualquiera
de ellas se extiende desde su fuente de origen en la forma de un
«campo» que, en teoría, permea el universo entero. Los campos de
un gran número de partículas juntas pueden sumar sus influencias y
crear un campo resultante muy intenso. El campo gravitatorio es, con
mucho, el más débil de los cuatro, pero el del Sol (cuerpo
compuesto por un número enorme de partículas) es muy fuerte,
precisamente por la razón anterior.
Dos partículas colocadas dentro de un campo pueden
moverse al encuentro una de otra o alejarse entre sí, según sea la
naturaleza de las partículas y del campo; y además lo harán con
una aceleración que depende de la distancia entre ambas. La
interpretación que se suele dar a estas aceleraciones es que están
producidas por «fuerzas», con lo cual se habla de «campos de
fuerza». En este sentido, existen realmente.
Ahora bien, los campos de fuerza que conocemos tienen
siempre por origen la materia y no existen en ausencia de ella,
mientras que en los relatos de ciencia-ficción es a veces muy útil
imaginar la construcción de intensos campos de fuerza sin materia.
El novelista puede así convertir una sección del vacío en una
barrera contra partículas y radiación. ¡Igual que si fuese una
lámina de acero de seis pies de espesor. Tendría todas las fuerzas
interatómicas, pero ninguno de los átomos que las crean. Esos
«campos de fuerza libres de materias» son un recurso muy útil de
la ciencia-ficción, pero sin base alguna en la ciencia actual.
El «hiperespacio» es otro recurso útil de la
ciencia-ficción: un artificio para burlar la barrera de la velocidad
de la luz.
Para ver cómo funciona, pensad en una hoja de papel
plana y muy grande, en la que hay dos puntos a seis pies uno de otro.
Imaginad ahora un lentísimo caracol que sólo pueda caminar un pie a
la hora. Está claro que tardará seis horas en pasar de un punto al
otro.
Pero suponed que cogemos ahora esa hoja de papel, que en
esencia es bidimensional, y la doblamos por la tercera dimensión,
poniendo casi en contacto los dos puntos. Si la distancia es ahora de
sólo una décima de pulgada y si el caracol es capaz de cruzar de
algún modo el espacio que queda entre los dos trozos de papel así
doblados, podrá pasar de un punto a otro en medio minuto
exactamente.
Vayamos ahora con la analogía. Si tenemos dos estrellas
que distan cincuenta años-luz entre sí, una nave espacial que vuele
a la máxima velocidad (la de la luz) tardará cincuenta años en ir
de una a otra (referidos a alguien que se encuentre en cualquiera de
estos dos sistemas estelares). Todo esto crea numerosas
complicaciones, pero los escritores de ciencia-ficción han
descubierto un modo de simplificar los argumentos, y es pretender que
la estructura del espacio (en esencia tridimensional) puede doblarse
por una cuarta dimensión espacial, dejando así entre las dos
estrellas un vano cuadridimensional muy pequeño. La nave cruza
entonces ese estrecho y se presenta en la estrella en un santiamén.
Los matemáticos acostumbran a hablar de los objetos de
cuatro dimensiones como si se tratara de objetos análogos
tridimensionales y añadiendo luego el prefijo «hiper», palabra
griega que significa «por encima de», «más allá de». Un objeto
cuya superficie dista lo mismo del centro en las cuatro dimensiones
es una «hiperesfera». Y de la misma manera podemos obtener el
«hipertetraedro», el «hipercubo» y el «hiperelipsoide». Con
este convenio podemos llamar «hiperespacio» a ese vano
cuadridimensional entre las estrellas.
Pero ¡viva el cielo!, que por muy útil que le sea al
escritor de ciencia-ficción el hiperespacio, nada hay en la ciencia
actual que demuestre la existencia de tal cosa, salvo como
abstracción matemática.
 
 
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